El poder mágico, ensordecedor, alucinante, alienante, engañoso de las palabras. Se dice a diario que el mayor "pecado" de los docentes es que no escriben aquello que hacen. Pues algunos muy hábilmente se han propuesto describir su diario acontecer y por la carencia de escritos y de evidencias son los que se llevan los honores del reconocimiento público y externo. Entre lo que se plasma en el papel y la realidad hay una brecha enorme. Como dice el adagio paisa "del dicho al hecho hay mucho trecho". La práctica es igual que cualquiera otra, pero el mérito de escribir la hace diferente. Es más, muchas veces ni siquiera es tan bueno lo que se hace, mas el adorno del verbo, la palabra melosa hace que parezca bonito. Plagada está la historia de hechos tales. Los estudiantes sí saben de esta verdad y, aunque algunos directivos y demás docentes lo conozcan, se proclama a grandes voces cualquier argumento que deslumbre desde el papel o el púlpito. Es en el aula donde se viven la fría realidad: maestros que alardean de grandes procesos cuando sólo se limitan a lo cotidiano.
Caso contrario ocurre con aquéllos verdaderos maestros, los que en silencio y sin ínfulas dan más de lo que pregonan.
En resumen, no creo en tales alaracas. La grandeza sobresale y es vista por los demás, no tanto por quien se esmera sólo por hacer bien su labor. Esos que se auto postulan, que se inscriben para el concurso lo que buscan es el reconocimiento a un trabajo que no sobresale por sus méritos sino por su verbo.
Comentarios
Publicar un comentario